El fútbol inglés, paradigma puertas a fuera de los buenos modales y el amor por los detalles, ha encontrado de un tiempo a esta parte a su particular antítesis. Un futbolista tan brillante como polémico, tan genial como impetuoso, referente cuando de manejar el balón con los pies de trata pero al mismo tiempo execrable como modelo moral y de conducta.
Por deméritos propios, el uruguayo Luis Súarez se ha convertido en el primer nombre desde los tiempos de Eric Cantona, que ha vuelto a generar con sus conductas un dilema moral a la que para muchos es la mejor liga del mundo: ¿Conviene pasar por alto los comportamientos estúpidos de algunas estrellas a cambio de perder el "misticismo" que suele rodear a todo lo británico?.
La respuesta ha sido clara. Los diez partidos de sanción al delantero del Liverpool por su mordisco en el brazo a Ivanovic el pasado fin de semana demuestran que la Federación prefiere lejos de sus fronteras a todos aquellos que no estén dispuestos a seguir a rajatabla las normas de estilo y etiqueta que se exigen para jugar en el gran teatro de la Premier.
Se queja Suárez y aduce en su defensa una caza de brujas hacia el eslabón más débil: Un extranjero que se ha convertido en el puntal de un club que atraviesa por momentos duros. Pero al mismo tiempo parece olvidarse de una hoja de servicios que guarda bastantes semejanzas con cualquier trozo de papel higiénico usado.
Algunos le perdonarán su mano en el pasado Mundial contra Ghana, esa que a la postre le sirvió a su selección para disputar las semifinales. Tiene lógica. Es una acción antideportiva, pero forma parte del juego y ya pagó con justicia su pillería. De hecho, probablemente el 99% de los jugadores en su situación hubiera hecho lo mismo.
Pueden ser entendibles incluso sus "pisicinazos", aunque no tanto la poca profusión de amarillas que recibe por ellos. Lo que no tiene justificación alguna son los instintos animales propios de alguien que lejos de escarmentar, resulta reincidente. Pese a las acciones solidarias que realiza fuera del campo, que son muchas y encomiables, hay algo en su gesto cada vez que salta al campo que parece difícil de describir. Cambia, y en su rostro se dibuja una mueca de frustración y hastío que refleja quizás la sensación de insatisfacción permanente propia de la persona que se considera perseguida por los demás.
Esta vez puede ampararse en que la sanción ha sido demasiado dura para justificar unos argumentos que lindan con la manía persecutoria pero la realidad es que los precedentes no ayudan. Suárez ya hizo algo semejante cuando militaba en el Ájax. Por entonces le profirió otro mordisco, esta vez al jugador del PSV Bakkal, que le valió el sobrenombre de "El caníbal de Ámsterdam". Luego, ya en Inglaterra, se ganó la enemistad de Evra y de muchos aficionados por proferir insultos racistas en un país donde ese es un tema delicado.
Sumando todas las sanciones por sus patinazos mentales, el uruguayo se va a perder veinte partidos en tres años. Algo que no le debe hacer gracia a aquellos que le pagan pese a que haya decidido donar la multa de este último y desagradable asunto a las víctimas de Hillsborough. Un hombre de contrastes que no termina de encontrar sitio en el deporte rey pese a su talento. No al menos en Inglaterra.
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