Un día Konrad Koch tuvo una idea. La tuvo de hecho antes que nadie en su país, si bien es cierto que era cuestión de tiempo que otro hubiera venido con la misma cantinela. De hecho hay quien dice que en Dresden algunas personas se le adelantaron, aunque no hay suficientes elementos de juicio como para demostrarlo.
La revolucionaria ocurrencia de Koch, la que convierte a este sencillo maestro de escuela en un pionero y sin saberlo en un ídolo de masas, fue disputar un partido de eso que llamaban fútbol sobre suelo alemán en el otoño de 1874. Más que una iniciativa resultó un experimento, con sus alumnos como cobayas humanas. Les juntó en una calle, tiró al aire un balón de rugby que su su asistente August Hermann había traído de Inglaterra y dejó que todo se desarrollara con naturalidad, sin ningún tipo de limitación.
Lo que vio debió de gustarle pues solo un año después se decidió a publicar las primeras reglas en germano para su práctica y a crear el primer equipo. Poco le importó que le tacharan de loco por jugar a aquella "tontería inglesa" y que amenazaran con echarle de su puesto de trabajo. Hoy muchos de aquellos que usan el balompié como medio de evasión besarían por donde pisa.
Sin embargo esta historia se quedaría en nada sino habláramos del lugar de los hechos. Lo que en España son las Minas de Riotinto, en Alemania es la localidad de Braunschweig, un lugar en la Baja Sajonia que estas fechas luce más radiante que nunca. Allí la Navidad se pone su traje más blanco para recibir un mercadillo pintoresco de ciento cuarenta expositores en los alrededores se la catedral. Sobre las repisas se exhibe artesanía, en el ambiente huele a salchichas y las copas rebosan de vino caliente. Se brinda y se celebra. Este año más que nunca. El fútbol es el motivo.
Fue hace mucho tiempo, hace más de cuarenta y cinco años, cuando aún no había empezado la dictadura del gran Bayern. El Eintracht de Braunschweig fue, aunque pueda parecer extraño, el rey del país. Campeonó de forma inesperada de la mano del Helmuth Johannsen en una época donde era un fijo de la Bundesliga junto a los más grandes. Aquella imagen de gloria la borró el tiempo y tras muchas nevadas,el equipo acabó sepultado en las catacumbas del balompié teutón.
Tanto es así que hace apenas cuatro años los leones coquetearon con el cuarto escalón del sistema, una especie de humillación para una afición que nunca dejó de lado al equipo. Un grupo de admiradores caracterizados por su fidelidad que en las malas también pintaban el campo de amarillo y azul con bufandas y banderas. Justo en esos instantes de agonía, el cielo atendió sus plegarias.
Lo que mandó no fue nada del otro jueves, al menos a simple vista. Un tipo menudo con cara de jugador de los de antes y orejas de soplillo tan solo conocido por ponerse durante cuatro años la camiseta del club y por viajar con la Mannschaft sub-21 en tres ocasiones. Torsten Liebernekcht era una solución de urgencia para parchear la salida inevitable de Benno Mohlmann. Dirigía en las inferiores y no destacaba por nada. Sin embargo, lo cambió todo.
Como en una buena película americana de sobremesa, ese futbolista que se quedó por el camino cogió un vestuario deshecho y desmotivado para, con trabajo, llevarle hasta la gloria. En ello anda. Primero le salvó, luego lo asentó, hace dos años lo subió a la 2.Bundesliga. Tras finalizar octavo el pasado curso el Eintracht de Braunschweig, cuyo estadio se sitúa a escasos cuatro kilómetros de esa calleja donde un día Koch dejó caer un balón de rugby, es hoy líder en solitario y sueña con volver al máximo nivel. En el argumento, por supuesto, hay también un bala perdida reconvertido y un veterano que ha vivido los momentos más amargos tras llegar justo cuando su míster se retiraba.
El primero es el congoleño Dominick Kumbela, un delantero sancionado por consumo de cannabis, por verse envuelto en asuntos de apuestas ilegales y por algún que otro altercado nocturno. Su opuesto el capitán Dennis Kruppke. Entre los dos suman diecisiete de los treintaiún goles de un bloque que ya aventaja en nueve puntos al tercer clasificado. Si nada se tuerce, la ciudad donde un loco quiso practicar aquella "tontería inglesa" recibirá de nuevo a los mejores del país. Con más cámaras, con más seguidores, con otro tipo de locura -la que se vive en las gradas- pero con el mismo espíritu.
2 comentarios:
Estas son las historias que me gustan leer.
Buena historia.
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