Stade de France |
Aún recuerdo la primera vez que vi el Stade de France. Fue desde la ventanilla del tren que comunicaba el centro de París con Disneyland. La imagen me impresionó. Por entonces era una estructura recién levantada, lo más chic en su género. Aquél modelo constructivo resultó canónico y pionero, un ejemplo que han ido copiando estadios alrededor de todo el globo.
Hoy esa referencia se ha desplazado hasta Munich y menos de
quince años después el santuario del fútbol galo ha perdido parte de su
esplendor, se ha tornado en caduco mientras la selección que le da lustre sigue
buscando su sitio tras el paréntesis de la final mundialista en el año 2006.
Puede que sea eso o que la madurez alcanzada entre mi primer
viaje y el segundo me haga ver las cosas de otra manera distinta, me haya
convertido en menos inocente y más realista. Quizás no sea lo mismo observarlo
a través del cristal de un taxi. En cualquier caso ese amor a primera vista se
ha ido difuminando. También para los propios parisinos, que ya solo lo reconocen
como “Stade de France” y miran extrañados cuando se les pregunta por Saint
Denis, dos palabras que asocian a un barrio del extrarradio que muchos de los
que miran con la cabeza por encima del hombro desearían borrar del mapa.
"La Gioconda" en la era digital |
Sin embargo, el hecho de que sea una de las primeras estampas reconocibles cuando uno se traslada desde el aeropuerto Charles De Gaulle hacia el corazón capitalino demuestra que hay vida futbolística en una urbe que ya puso fin a esos momentos complicados en los que Pauleta se echaba al París Saint-Germain a la espalda. Ahora se respiran aires nuevos que llegan de Oriente Medio, millones de euros del petróleo que han “refundado” un club dejándolo a la altura del lugar donde ha echado raíces.
No se aprecia, pero se siente. No se toca, pero se huele. El
que espere ver grandes y ostentosos carteles de Ibrahimovic o Thiago Silva
anunciando móviles y yogures se equivoca. No hay lugar para ello en una
periferia abarrotada de casas y en una zona noble de avenidas amplias y
kilométricas en las que uno puede imaginarse a Jean Valjean de la mano de Cosette
rodeado de carruajes y efervescencia juvenil.
En cambio los pequeños campos de fútbol que salpican los
alrededores o los “potreros” rodeados de verja a los pies de Montmartre son
ejemplos de que algo late. Es este último un barrio delicioso al atardecer, el
lugar donde la solaz se encuentra en picnics de embutido y queso a la puerta de
la imponente basílica del Sacré Coeur y el trabajo de los retratistas
callejeros se pone al servicio de la invasión extranjera. De los pocos reductos
donde se puede encontrar a un niño con el escudo de un indescifrable equipo de
Europa del Este impreso en la mochila.
Retratista en Montmartre |
Un ambiente bohemio que contrasta con la “grandeur” de los
Campos Elíseos, ese bulevar repleto de vida y lujo en el que el deporte rey va
aposentándose discretamente. Arriba, en la cabecera, cerca del Arco del
Triunfo, pasean juntos un padre con la camiseta del Real Madrid y un hijo con
la del Barcelona. Más abajo, entre la arboleda, asoma una boutique del PSG
pegada al cine Gaumont Camp Elysses, cuyas butacas recuerdan carteleras mejores
antaño.
También tiene su cuota de protagonismo el equipo de la
ciudad en las entrañas de un emblema como los almacenes Lafayette, un sitio
visitable por su luminosa cúpula y el trasiego de gente. Allí, un pequeño stand
surte al aficionado del kit básico de camiseta y bufanda mientras luce
orgulloso un expositor que encierra en su interior una camiseta firmada por el
propio David Beckham, con su nombre y su número cincelados con cristales Swarowski.
Beckham, lujo y glamour |
Analizando el núcleo urbano en su globalidad desde ese techo que supone la Torre Eiffel, al aficionado al fútbol le cuesta imaginar como el inglés pudo acabar sus días en un estadio como el Parque de los Príncipes. Glamouroso desde la cuna, su imagen y su eterno postureo encajan más con el toque de distinción de la no muy lejana Phillipe Chatrier que con una estructura casi fagocitada por la masificación de la bainlleu que le da cobijo. Esa característica que puede convertir a un césped mítico en algo poco atractivo es al mismo tiempo la que le da sabor, la que recuerda a las estrellas que pese a todo están en una entidad popular que atiende a un lema impreso en la cubierta: “Fiers de nos coleurs”.
Es en el campo, como en tantos otros países, donde el rico
coincide con el pobre y las dos caras de una ciudad se mezclan y casi se
igualan. En un solo grito se auna la voz del habitante de las barriadas con la
del hombre de negocios cuyo ático mira al Sena, esa culebra de agua que
vertebra la ciudad y marca el camino a seguir para el turista. Notre Damme, el
Louvre, la propia Torre Eiffel con su estructura hercúlea y su caos controlado
de hierros y ascensores… a todos visita en su trayecto, trufado de puentes con
candados que confirman a Paris como la ciudad del amor, en realidad de todos
los vicios.
París, patria de los enamorados |
Allí cada uno es quien desea siempre y cuando el dinero lo permite. Se puede saciar la gula en con un delicado macaron en la mano o sentado restaurantes donde se sirve una cocina sobria y de calidad que no evoluciona pero que no lo necesita. La avaricia viaja en bolsas de Dior o Cartier que sostienen individuos soberbios mientras algunos envidiosos se aposentan con pereza en algún café de estilo Art Noveau. La lujuria, en cambio, la despiertan cabareteras semidesnudas capaces de hacer sentirse especial a todo hombre que osa cruzar una mirada con ellas.
París es exceso visual desde que se aterriza hasta que se
despega de nuevo. Llegado el momento de la partida y desde el cielo, en una de las
pocas atalayas más privilegiadas que aquella diseñada por Gustave Eiffel y
compartiendo avión con el “Cebolla” Rodríguez y su compatriota Diego Godín en
lo que supone la confirmación de que se desanda el camino rumbo a Madrid, uno
descubre que la capital gala es algo más. Que fuera de los circuitos
precocinados hay barrios donde la gente reside hacinada en pequeñas casas. Que
junto al Saint Germain conviven otros clubes como el París FC, cuyo estadio
está aún más oculto si cabe. Puede que uno no llegue a adentrarse nunca en ese
laberinto de calles pero sabe que es allí donde de verdad reside la
multiculturalidad, gran activo y motor del país.
El blog retornará definitivamente a su periodicidad normal a partir del próximo miércoles día 5 de septiembre. Disculpad las molestias.
El blog retornará definitivamente a su periodicidad normal a partir del próximo miércoles día 5 de septiembre. Disculpad las molestias.